Por eso el ángel no duerme. Espera.

Un ángel la mira mien­tras ella llo­ra. A cada lágri­ma suya va mojan­do él la plu­ma que guar­da en su mano. Es un ángel peque­ño, de minús­cu­las alas. Se ha sen­ta­do en un rin­cón al tiem­po que ella lan­za, entre sus­pi­ros, el alien­to de la melan­co­lía. La melan­co­lía es sutil y pode­ro­sa por­que va ganando…