Instrucciones para bailar la bamba

Esta es la bre­ví­si­ma cró­ni­ca de un libro que estu­vo nacien­do muchos años, de Luis Ace­bes, y que, tras El don de la enor­mi­dad (2019), se publi­ca­rá pró­xi­ma­men­te en nues­tra colec­ción de poesía:

«Lle­gó el con­fi­na­mien­to y el mun­do se paró. Podría ser el comien­zo de un cuen­to que alguien con­ta­rá a sus hijos pasa­do el tiem­po, cuan­do la inme­dia­tez de ese pre­sen­te que aún no vemos reine y a su vez des­tie­rre lo que vino antes. Suce­de así con la vida y con los libros que escri­bi­mos a dos manos con ella.

Estas Ins­truc­cio­nes para bai­lar la bam­ba comen­za­ron a ser hace más de tres años. Mi reali­dad ha cam­bia­do tan­to des­de enton­ces que pre­fie­ro no repa­sar lo escri­to y decir lo que Mar­co Aure­lio antes de una gran bata­lla. Que el Uni­ver­so deci­da. Poco más pue­do hacer. Las pala­bras (y lo que pia­do­sa­men­te car­gan) serán las que defien­dan la dudo­sa ver­dad cuan­do tú (lec­tor) abras este libro y comien­ces a leer.

Hable­mos de lo que qui­se meter dentro.

¿No es la lite­ra­tu­ra un extra­ño manual de ins­truc­cio­nes para vivir?

Recuer­do que la letra de la can­ción no espe­ci­fi­ca­ba los ingre­dien­tes. Se nece­si­ta una poca de gra­cia, sí, y otra cosi­ta que deja­ba en el aire antes de lan­zar­se al estri­bi­llo, que es lo úni­co que sabe­mos hacer, lan­zar­nos como si fue­se el últi­mo día en la Tie­rra, como si cono­cié­se­mos los segun­dos exac­tos de com­bus­tión que nos asig­na­ron al nacer y hubie­se que aprovecharlos.

Siem­pre que ha sona­do esta can­ción, en algu­na boda o en dis­co­te­cas que segu­ra­men­te ya no exis­tan, he vis­to cómo todo el mun­do se echa­ba a la pis­ta para bai­lar. Des­de el bor­de les con­tem­pla­ba pen­san­do: “el mun­do se divi­de entre los que nece­si­tan ins­truc­cio­nes y los que renie­gan de ellas”. Como cual­quier gene­ra­li­za­ción, tie­ne sus excep­cio­nes. A día de hoy sigo sin saber de qué lado estoy. He vivi­do lar­gas épo­cas en el ban­do de los rene­ga­dos, des­oyen­do un patrón silen­cio­so que inten­ta­ba guiar­me a su mane­ra. Pue­de que la lite­ra­tu­ra sea un reme­do de todos los manua­les que no exis­ten en el mun­do. Ins­truc­cio­nes para eli­mi­nar el des­en­can­to. Ins­truc­cio­nes para mirar al tiem­po de tú a tú. Ins­truc­cio­nes para hon­rar la vida que nos fue dada. Lle­ga­do aquí sólo sé que las pala­bras ensan­chan el mun­do, como dijo Witt­gens­tein. Tras ellas sigo cami­nan­do y aguardando».

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