La belleza de lo pequeño

«Bus­ca­mos en lo peque­ño esa for­ta­le­za que pre­ci­sa­mos para creer en la sere­na vic­to­ria del vivir, del ir vivien­do. Y no se tra­ta sola­men­te de tama­ños sino de algo más que tie­ne que ver con la apa­ren­te fal­ta de impor­tan­cia. Lo peque­ño es tam­bién lo secun­da­rio, lo que no estor­ba, lo que cada día se hace a un lado para que­dar­se al mar­gen. Lo que no se entur­bia­rá con nada. Lo que no pre­ten­de hos­ti­gar ni cor­tar el paso a la mana­da pero for­ma par­te insus­ti­tui­ble del mun­do». Así intro­du­ce Tomás Sán­chez San­tia­go su her­mo­so libro La belle­za de lo peque­ño, publi­ca­do por la edi­to­rial Eolas recien­te­men­te como ter­ce­ra entre­ga de su colec­ción De la belle­za (le pre­ce­die­ron La belle­za de los muer­tos, de Ilde­fon­so Rodrí­guez, y La belle­za en la infan­cia, de Eli­sa Mar­tín Orte­ga), diri­gi­da por el escri­tor Gus­ta­vo Mar­tín Gar­zo. Tomás Sán­chez San­tia­go publi­ca las entre­gas men­sua­les de sus Cua­der­nos páli­dos en El Cua­derno y es autor de El mur­mu­llo del mun­do (2019). Extrae­mos aquí uno de los tex­tos de La belle­za del mun­do e inci­ta­mos así a la lec­tu­ra com­ple­ta de esta obra pro­fun­da­men­te moral, ple­na de ver­dad y belleza:

«Vie­ne hacia mí un caba­llo blan­co. Nos que­da­mos los dos así, fren­te por fren­te, sepa­ra­dos tan solo por un cer­ca­do. Su enver­ga­du­ra y su res­plan­dor lo hacen pare­cer una cria­tu­ra que no per­te­ne­ce al orden de lo terres­tre. Por un momen­to, fren­te a él, pier­do la noción de mi supues­ta supe­rio­ri­dad y me dejo inva­dir por una ingo­ber­na­ble sen­sa­ción de feli­ci­dad, como si ese caba­llo com­por­ta­se un signo de reden­ción, una alian­za edé­ni­ca entre los seres desentendidos».

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