Lapidaria

«Tra­ba­jo la ver­dad con pacien­cia y esco­plo. Des­car­to la mate­ria sobran­te y pulo los vér­ti­ces más agu­dos. Final­men­te, con­tem­plo su per­fil vacío sobre el pedes­tal: la ple­na ausen­cia y posi­bi­li­dad». Con este afo­ris­mo abre Pau­lo Gati­ca su libro Lapi­da­ria —de pró­xi­ma publi­ca­ción en la serie Afo­ris­mo Trea—. Con esta refle­xión lo cie­rra: «Nin­gún ser humano debe­ría morir solo, aun­que sea inevi­ta­ble. La muer­te es un ejer­ci­cio indi­vi­dual de tras­cen­den­cia colec­ti­va.  Su impac­to, su per­fec­ción o éxi­to depen­den, en mayor medi­da, de la secue­la y, por supues­to, de la per­sis­ten­cia de un rela­to per­ma­nen­te­men­te reela­bo­ra­do y difun­di­do des­de el tron­co has­ta las ramas más inci­pien­tes o por nacer. La muer­te como rito de paso a la fic­ción. Tam­bién, a algo pare­ci­do a la memoria».

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