Llega el deseo
como arrastra basura una marea
sucia.
Tañen las campanas
en la pequeña capital de provincias
donde recalo hoy.
La lógica de los cuartos de hotel:
recordar en qué planta,
qué pasillo
y en qué lado,
dónde es el desayuno
y a qué hora.
Esa liturgia de lo provisional:
La vida dura veinticuatro horas
y hay que dejarla
antes de mediodía.
Tañen campanas,
la tarde es tibia y clara,
el verdor de los árboles es joven
como las cabritillas que emborronan
un cielo azul cobalto.
Todo tiene una estampa de postal
y yo disueno
y disuena el deseo viejo y triste
como un muerto que anda.
Estoy sola, pensando
si estuvieras ahí, sentado
en esa silla fea,
mejor medio desnudo
o desnudo del todo,
mirándome escribir
sin decir nada.
Pienso: tenemos tiempo,
el tiempo de quien siempre llega tarde.
Te multiplicas, desdoblas
tu desnudez en dos, en cuatro, en ocho.
Sois varios, de repente
seis hombres desnudos
que me miran.
Seis hombres desnudos
a mi alcance.
(¡Y a mi edad!)
El que vuelve,
el que nunca se fue,
el que me ama,
el que apenas conozco,
el cobarde,
el que estorba,
el que sobra,
el que amo,
el que vive dentro de mis sueños
como en un laberinto,
el que no sabe irse,
el que nunca se fue.
Todos ellos, las campanas al vuelo,
el sillón gris, las nubes, estos versos,
la ciudad de provincias,
y yo misma, que escribo,
configuramos una estampa idílica
que podría llamarse:
Mujer madura sueña
(para nada)
mientras cae la tarde
con cosas que no pueden ocurrir
y sin embargo ocurren
todo el tiempo.
Cosas que no pueden ocurrir es el título de poemario de Care Santos al que pertenece este poema y que publicaremos próximamente en nuestra colección de poesía, tras su libro de aforismos Atrochar, en 2021.