Ante el «coti­diano aje­treo del mun­do», mien­tras a nues­tro lado pasan, «entre­ga­dos a la angus­tia», gri­tos, nubes, gen­tes, «los ins­tan­tes azu­les», cada fugaz acon­te­ci­mien­to coti­diano ali­vian el des­am­pa­ro del mun­do, la ínti­ma sole­dad del hom­bre, su dolo­ro­so sen­ti­mien­to de vacío. La poe­sía de Józef Baran nos aga­rra con fuer­za a la tie­rra, con­ven­ci­da de la nece­si­dad de la bene­vo­len­cia, de la tem­plan­za ante el dolor, de la dig­ni­dad ante el mal, de la con­so­li­da­ción de la liber­tad inte­rior, con la estoi­ca cer­ti­dum­bre de que esto es todo lo que somos: un poco de car­ne, un bre­ve háli­to de vida, un guía inte­rior, fir­me y sereno. Des­de sus pri­me­ras com­po­si­cio­nes, impreg­na­das del melan­có­li­co recuer­do de una inal­te­ra­da e ima­gi­na­da arca­dia, has­ta las más recien­tes, teñi­das de una cóm­pli­ce son­ri­sa ante la per­ple­ji­dad huma­na fren­te al sin­sen­ti­do de la vida, esta anto­lo­gía tra­za un reco­rri­do por el suges­ti­vo, autén­ti­co y per­so­nal mun­do poé­ti­co de uno de los auto­res pola­cos más pres­ti­gio­sos y reco­no­ci­dos del momen­to, que se pre­sen­ta por pri­me­ra vez al lec­tor espa­ñol. Józef Baran sitúa su poe­sía a la altu­ra del hom­bre y del mun­do, con una mira­da a la vez iró­ni­ca y tier­na, con­mo­ve­do­ra y sufri­da­men­te tris­te, pero siem­pre espe­ran­za­da, por­que, para el poe­ta, la poe­sía ha de con­sis­tir en «una subli­me for­ma de amar; en caso con­tra­rio, es algo muerto».