Ediciones Trea - 978-84-9704-162-1 - Don Diego Sarmiento de Acuna - Fernando Bartolome Benito
Formato: 17 x 24 cm.
Páginas: 216
Año: 2004
ISBN: 978–84-9704–162‑1

Don Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar

El Maquiavelo español

17,00

Don Die­go Sar­mien­to de Acu­ña, señor de Gon­do­mar, fue nom­bra­do emba­ja­dor en Ingla­te­rra por su majes­tad don Feli­pe III en el año 1612. Tras este dato, frío y buro­crá­ti­co, casi per­di­do entre la hoja­ras­ca de los archi­vos, se abre la dila­ta­da carre­ra del más avi­sa­do y exper­to emba­ja­dor espa­ñol de la Edad Moder­na; su pro­vi­den­cial lle­ga­da al cam­po inter­na­cio­nal se debió al capri­cho de un pri­va­do, Ler­ma, que, deseo­so de eli­mi­nar a un peli­gro­so com­pe­ti­dor, dio a la decli­nan­te Monar­quía his­pá­ni­ca un impro­vi­sa­do pero sagaz muñi­dor que puso en valor la diplo­ma­cia medro­sa y ali­cor­ta del pri­me­ro de los Aus­trias meno­res. El con­de de Gon­do­mar, tan admi­ra­do como odia­do en las chan­ci­lle­rías euro­peas, con­den­sa en su per­so­na tér­mi­nos tan anto­no­más­ti­cos como el Emba­ja­dor de Espa­ña y el Maquia­ve­lo espa­ñol (T. Scott scrip­sit), que resu­men su papel en la Euro­pa del pri­mer cuar­to del siglo XVII. Per­so­na­je frac­tal, com­ple­jo, no ago­ta en la emba­ja­da su anda­du­ra por las altas magis­tra­tu­ras de la Admi­nis­tra­ción de la Monar­quía; miem­bro de la peque­ña noble­za terru­ñe­ra, aque­lla fidal­guía pro­vin­cia­na de Mur­guía, con­den­sa en sí mis­mo el des­tino, la heren­cia de una par­te, la mejor, de la aris­to­cra­cia del anti­guo rei­no de Gali­cia: el ser­vi­cio fiel a su monar­ca y a su país, Gali­cia, recla­man­do como polí­ti­co sus ins­ti­tu­cio­nes pre­te­ri­das, rei­vin­di­can­do como eru­di­to su cul­tu­ra, su his­to­ria y defen­dien­do como sol­da­do el sue­lo patrio con la espa­da en la mano. Su vida alter­nan­te, aca­ba­lla­da, dirá él mis­mo, entre Euro­pa y Espa­ña, entre Gali­cia y la cor­te, entre los libros y la polí­ti­ca, nos pro­po­ne la sem­blan­za de un galle­go ejem­plar tam­bién en los ámbi­tos del saber; en un tiem­po en el que la cul­tu­ra era poder, el con­de de Gon­do­mar pone de mani­fies­to su con­di­ción de estu­dio­so en cam­pos como la biblio­fi­lia, la eru­di­ción o el mece­naz­go. El con­de de Gon­do­mar es el valor más cier­to que en su tiem­po pone la Monar­quía his­pá­ni­ca sobre el tape­te de la feria euro­pea; desem­pe­ñó con com­pe­ten­cia y entre­ga, aun­que no sin reti­cen­cias, cuan­tos pape­les le con­fia­ron, y cons­cien­te como pocos en aque­lla cor­te de hom­bres encan­ta­dos del impa­ra­ble decli­ve del pode­río de Espa­ña, pre­vino y avi­só de ello, en vano, a sus supe­rio­res, y supo, como nin­guno des­de sus empleos, man­te­ner fue­ra lo que ya era más apa­rien­cia y som­bra que reali­dad y cuer­po. Una pala­bra para el final: gra­ve el ges­to tras el ros­tro inge­nio­so de Eso­po; amar­gu­ra des­de el hon­ta­nar extran­je­ro de los males de la patria y por enci­ma de todas las intri­gas y fin­tas de nego­cia­dor exper­to, la pala­bra de una exis­ten­cia ínte­gra y ejem­plar des­de la divi­sa de sus armas: «Osar morir da la vida, da la vida osar morir».

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