Entre sábanas

Matrimonio, sexo y placer en la historia

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¿Tie­ne sen­ti­do estu­diar lo que ocu­rre en la cama? O, por el con­tra­rio, ¿el estu­dio de la cama es una mera anéc­do­ta fren­te a los gran­des cam­bios ocu­rri­dos en la Huma­ni­dad? Des­pués de estu­diar cómo el gus­to, la comi­da y la indu­men­ta­ria han con­di­cio­na­do el com­por­ta­mien­to de muje­res y hom­bres a lo lar­go del tiem­po (El gus­to en Espa­ña, Trea, 2019), nos plan­tea­mos si la cama y lo que en ella ocu­rre no es, tam­bién, un expo­nen­te de tra­di­cio­nes cul­tu­ra­les muy pro­fun­das. La rela­ción estre­cha exis­ten­te entre la cama y el con­cep­to que cada cual tie­ne de inti­mi­dad es, sin duda algu­na, un com­po­nen­te impor­tan­te de cada cultura.
Por todo ello, en esta obra nos aden­tra­mos en el cono­ci­mien­to de cómo los con­cep­tos de inti­mi­dad y ero­tis­mo han evo­lu­cio­na­do a lo lar­go del tiem­po en la cul­tu­ra occi­den­tal. El com­por­ta­mien­to humano en el lecho pue­de dife­rir en fun­ción de la cul­tu­ra: es fre­cuen­te en muchos pue­blos que uti­li­zan hama­cas dor­mir en posi­ción fetal, cosa que al pare­cer hace casi la mitad de la pobla­ción euro­pea; otros, tal vez una cuar­ta par­te de los euro­peos, duer­men de lado, con las pier­nas total­men­te esti­ra­das; menos de un diez por cien­to de euro­peos duer­men boca­rri­ba hoy en día, aun­que esta pos­tu­ra era la más fre­cuen­te en el pasa­do; algu­nos duer­men boca­ba­jo. Inclu­so la luz pue­de ser un fac­tor de con­fort o cau­sa de moles­tias. Y todo esto no ocu­rre por azar, sino que tie­ne sig­ni­fi­ca­dos diversos.
¿Qué decir con res­pec­to al gra­do de pri­va­ci­dad que le otor­ga­mos al lecho? Para muchos pue­blos, entre los que nos con­ta­mos los occi­den­ta­les, la cama es un espa­cio de pri­va­ci­dad al cual pocas per­so­nas aje­nas a nues­tro círcu­lo ínti­mo tie­nen acce­so. En nues­tras lati­tu­des, el acto sexual se rea­li­za de for­ma pre­do­mi­nan­te en el lecho, fren­te a otros pue­blos, en cuyos lechos solo se acues­tan para des­can­sar, y no se les ocu­rri­ría prac­ti­car sexo en ellos, pues pre­fie­ren el bos­que o los mato­rra­les, fue­ra del ámbi­to familiar.
Tam­bién pode­mos dife­rir res­pec­to al núme­ro de com­pa­ñe­ros o com­pa­ñe­ras de cama. Aquí, la diver­si­dad es tam­bién enor­me, ya que hay cul­tu­ras en las cua­les las per­so­nas sue­len dor­mir casi siem­pre solas y con­si­de­ran de mala edu­ca­ción que alguien quie­ra com­par­tir su lecho; pero, para otros gru­pos huma­nos, dor­mir solo, sin com­pa­ñía, se con­si­de­ra una des­gra­cia, un mal augu­rio, y pre­fie­ren dor­mir apre­tu­ja­dos, dán­do­se mutua­men­te calor. Sor­pren­de que, en Occi­den­te, hom­bres y muje­res, cuan­do con­traen matri­mo­nio, sue­len dor­mir en camas matri­mo­nia­les, pero esta cos­tum­bre no es tan anti­gua, como mucha gen­te cree, ya que hubo épo­cas, en un pasa­do no muy lejano, en que los matri­mo­nios solían dor­mir en lechos sepa­ra­dos y solo com­par­tían cama cuan­do que­rían copu­lar. Y es que estu­diar lo que ocu­rre en las camas, como obser­va­rá  el lec­tor, pue­de pro­por­cio­nar muchas sorpresas.
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