Flores que esperan el frío
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Si un poema pudiera justificar un libro, Flores que esperan el frío estaría sobradamente justificado con el poema que le da título. Más aún: cuando leemos el resto, tenemos la sensación de que todos los demás versos están, de alguna forma subterránea, ligados a él. Es como si la autora hubiera construido un mundo de palabras en el que ese poema pudiera habitar y a ese mundo le hubieran salido ramas, raíces y frutos. Ahí está todo: el mar de fondo, la luz que matiza el instante, la densidad del cuerpo amado, los pájaros que repiten la liturgia de los días y, por encima de ello, una mirada que contempla el mundo desde el asombro de lo pequeño.
Quizás por eso, hay en estos versos una esencia minimalista, no en la forma pero sí en el cuadro que dibujan. Las estridencias, los juegos superfluos del ingenio o la palabrería vacía han quedado fuera del marco y la impresión final es la de una casa que ha levantado sus cimientos en la solidez de la tradición occidental para después amueblar las estancias con la ligereza de la poesía oriental. Creo que de este ensamblaje surgen los mejores momentos del libro, aquellos que nos emocionan desde el detalle mínimo, los que logran sorprendernos y también esos otros que no renuncian a comprometernos, a interrogarnos. (Berta Piñán)