Vanes­sa Gutié­rrez ha crea­do el mol­de ideal para su expre­sión lite­ra­ria, un mol­de que se apro­xi­ma más a la for­ma de la pro­sa que a la del ver­so, pero que uti­li­za los recur­sos del ver­so, apro­ve­chan­do una hila­zón de estam­pas para crear un poe­ma-río en pro­sa de lar­go alien­to, que es a la vez narra­ti­vo y líri­co, que tie­ne a la vez que ver con la pri­me­ra per­so­na del sin­gu­lar y con una amplí­si­ma pri­me­ra del plu­ral. Capaz de aunar el rela­to de su expe­rien­cia per­so­nal con suce­si­vos ámbi­tos (la fami­lia, la gene­ra­ción), los tex­tos de Vanes­sa Gutié­rrez son tra­ma y ban­da sono­ra, tie­nen per­so­na­jes y a la vez son expre­sión de un úni­co yo líri­co. Una com­ple­ji­dad de inten­cio­nes y de recur­sos que se refle­jan en una escri­tu­ra cris­ta­li­na y que flu­ye sin más sobre­sal­tos que los que ella mis­ma colo­ca como lla­ma­das de aten­ción, como inten­cio­na­dos mean­dros de sentido.

En La cama, uno de los libros fun­da­men­ta­les de la lite­ra­tu­ra astu­ria­na recien­te, y uno de los más suge­ren­tes publi­ca­dos en los últi­mos años en cual­quie­ra de los lati­nes, el cam­po de acción se amplía y, aun­que algo de esa acti­tud hay en la mira­da que adop­ta el tex­to, Vanes­sa Gutié­rrez afron­ta un via­je con­tra el tiem­po en el que la cama es el sím­bo­lo del matriar­ca­do como una serie de nor­mas y exi­gen­cias que pesan sobre una mujer al des­cu­bier­to en una socie­dad com­ple­ta­men­te dis­tin­ta a la que alum­bró esas nor­mas; con más liber­tad y, por tan­to, más des­va­li­da, obli­ga­da a cons­truir su iden­ti­dad con herra­mien­tas pen­sa­das para otra épo­ca y, en defi­ni­ti­va, para otra per­so­na (Mar­tín López-Vega).