La Real Academia Española

y la censura de libros en la Ilustración

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En todo eco­sis­te­ma cen­sor en que se halle implan­ta­do un sis­te­ma de cen­su­ra pre­via, para impri­mir una publi­ca­ción será impres­cin­di­ble reca­bar la auto­ri­za­ción del Esta­do, lo que en la Espa­ña del siglo xviii se tra­du­ce en que a par­tir de 1769 el Con­se­jo de Cas­ti­lla con­ce­de o denie­ga a los auto­res las licen­cias de impre­sión a la vis­ta de las cen­su­ras que redac­tan par­ti­cu­la­res acre­di­ta­dos, aca­de­mias, socie­da­des, cole­gios y otros cuer­pos espe­cia­li­za­dos y «exen­tos de pasiones».

En tal mar­co, este volu­men recons­tru­ye y estu­dia la esca­sa­men­te cono­ci­da acti­vi­dad cen­so­ra de la Real Aca­de­mia Espa­ño­la entre 1769 y 1805, esta­ble­cien­do qué la carac­te­ri­za como cuer­po cen­sor espe­cia­li­za­do, qué obras que vie­ron la luz sin repa­ro, fue­ron enmen­da­das y fue­ron prohi­bi­das por obra de su cen­su­ra, y las razo­nes por las esto suce­dió; lo que al tiem­po per­mi­te una mejor com­pren­sión de la natu­ra­le­za y el sen­ti­do del sis­te­ma cen­sor de la Ilus­tra­ción, en fun­cio­na­mien­to has­ta el Decre­to de Liber­tad de Impren­ta de 1810.

«El que exa­mi­na un libro ha de mirar el bien del rei­no, para no pri­var­le de un tra­ta­do útil, aun­que sea a cos­ta de algu­na correc­ción», dirá el Con­se­jo en 1770, demos­tran­do cómo el ejer­ci­cio cen­sor se des­pla­za cier­tos gra­dos des­de lo prohi­bi­ti­vo y repre­si­vo a lo pre­ven­ti­vo y correc­ti­vo. Y como si le con­tes­ta­ra, en 1773 un cen­sor de la Espa­ño­la infor­ma­rá, des­pués de haber­se esfor­za­do en enmen­dar los yerros de la obra que le había toca­do cen­su­rar: «Aun­que no deja de haber en ella muchos defec­tos por lo tocan­te al esti­lo, he toma­do el tra­ba­jo de notar y corre­gir los más nota­bles, hecho car­go de que pue­de ser este tra­ta­do uti­lí­si­mo al públi­co. […] Conoz­co que este tra­ba­jo no es de un cen­sor y que solo per­te­ne­ce a un correc­tor, pero he que­ri­do satis­fa­cer al deseo que ten­go de que por este medio logre el públi­co una obra que pue­de ser útil a la nación, y con estas correc­cio­nes juz­go que se le pue­de dar la licen­cia que soli­ci­ta. José Vela». Era la tra­duc­ción del Tra­ta­do del cáña­mo, de M. Marcandier.

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