Ediciones Trea - 978-84-9704-526-1 - Museos de historia - Joan Santacana Mestre - Francesc Hernandez Cardona
Formato: 16 x 22 cm.
Páginas: 288
Año: 2011
ISBN: 978–84-9704–526‑1

Museos de historia

Entre la taxidermia y el nomadismo

25,00

Los museos de his­to­ria sue­len ser espa­cios en don­de el pasa­do per­ma­ne­ce dise­ca­do; y dise­car, según común defi­ni­ción, es pre­pa­rar un cadá­ver para que con­ser­ve la apa­rien­cia de cuan­do esta­ba vivo. Esta ha sido pre­ci­sa­men­te, duran­te déca­das, la fun­ción del museo cuan­do su obje­to de estu­dio es la his­to­ria: pre­pa­rar su cadá­ver cual si estu­vie­ra viva. Pero la his­to­ria viva es una ente­le­quia; el momen­to his­tó­ri­co es un cru­ce eva­nes­cen­te y momen­tá­neo de tran­si­ción entre pasa­do y futu­ro. La autén­ti­ca his­to­ria viva no está nun­ca en el museo, pero su heren­cia se pue­de leer, intuir o detec­tar en las calles y pla­zas de pue­blos y ciu­da­des, en el tre­pi­dar de las máqui­nas, en las expre­sio­nes popu­la­res, en el sub­sue­lo de nues­tros cam­pos. Por el con­tra­rio, lo dise­ca­do es lo que ya no tie­ne vida; tan solo apa­rien­cia de vida. ¿Cuál es la his­to­ria que trans­mi­ten los museos de his­to­ria?, ¿de qué for­ma lo hacen?

Sabi­do es que la his­to­ria, en el museo y fue­ra de él, sue­le ser usa­da para mani­pu­lar el pen­sa­mien­to colec­ti­vo, para gene­rar iden­ti­da­des exclu­yen­tes o para jus­ti­fi­car matan­zas y gue­rras. Sin embar­go, para poder ser uti­li­za­da como arma per­ver­sa al ser­vi­cio de intere­ses espu­rios, es nece­sa­rio des­po­seer­la de todo apa­ra­to crí­ti­co, ampu­tar­le par­tes esen­cia­les o fal­sear el papel de per­so­na­jes fal­tos de toda huma­ni­dad. Por estas razo­nes, se pue­de ase­gu­rar que los pen­sa­mien­tos tota­li­ta­rios, y las abe­rra­cio­nes del sen­ti­do común a las cua­les son some­ti­dos a veces los pue­blos y las colec­ti­vi­da­des, solo son posi­bles cuan­do el cuer­po social ha sido des­po­seí­do pre­via­men­te del cono­ci­mien­to crí­ti­co de su pro­pio pasa­do y del pasa­do de los demás pue­blos. Por eso, cual­quier inten­to de envi­le­cer la polí­ti­ca sue­le ir pre­ce­di­do de la ani­qui­la­ción de la his­to­ria como dis­ci­pli­na cien­tí­fi­ca. En esta tarea de adoc­tri­na­mien­to, la his­to­ria es un mate­rial que estor­ba, y solo se pue­de per­mi­tir que exis­ta si está al ser­vi­cio de la bar­ba­rie. No ha exis­ti­do jamás una dic­ta­du­ra o un tota­li­ta­ris­mo que no se ins­pi­ra­ra en supues­tos valo­res his­tó­ri­cos pre­via­men­te cas­tra­dos y manipulados…

El dis­cur­so de todo museo de his­to­ria debe, pues, hacer fren­te a esta evi­den­cia insos­la­ya­ble, a la vez que ha de ten­der la mano a los desa­fíos plan­tea­dos hoy por la museo­gra­fía inter­ac­ti­va, que sin duda habrá de obli­gar­los a rees­truc­tu­rar­se para no seguir sien­do ellos mis­mos, tam­bién, pie­zas de taxidermia.

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